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La universalidad del rapsoda en Felipe Alarcón Echenique (II)

 

 

Diáspora y culminación

 

Cuando se habla de la diáspora, de sus motivos y causas, habría que profundizar y referenciar tal fenómeno con un cúmulo de consideraciones, como el deseo de lograr un lugar de mayor proyección laboral y artística, la posibilidad de ofertar su obra en numerosos centros expositivos, el interés por continuar su formación académica, hasta la oportunidad de estar familiarizado con las tendencias artísticas más actuales, sin desdeñar otro tipo de razones como las idiomáticas, políticas y económicas.       

 

Si algo hay en el trabajo de Felipe que sea una de las primeras claves con las que procesar lo contemplado es la organización interna de signos y formas, en ese no estar desnudo en su capacidad de significar y hacerlo en la dirección que vivencialmente determina. Pero al mismo tiempo toda su obra está abierta a una realidad tan fluida que es imposible encajonarla. Él la quiere abarcar toda, argumento esgrimido para dividirla en planos, segmentarla, seccionarla como si estuviese en una sala de operaciones,  utilizando el dibujo, la fotografía, el grabado, el óleo, el collage, en un denodado intento de poner término a lo que no lo tiene. Razón por la cual continúa en esa misma tesitura hasta completar lo que considera una serie, que es casi como una secuencia visual de imágenes en movimiento, de ficciones que dialogan entre sí, que se explican unas a otras la sorpresa de hallarse en un mismo ámbito aunque con distintos perfiles, y diferentes confluencias y orígenes.

 

La riqueza visiva que le invade es tan múltiple que el impulso de pasar de un tramo a otro es inevitable, con lo que va bosquejando los peculiares aspectos  hasta que juzga que su integración ya es definitiva. Pero como no obtiene esa satisfacción distendida por la empresa finalmente lograda, inicia un nuevo proceso convencido de que lo pictórico no esa realidad que se abarca de golpe sino que va captándose paulatinamente.

 

Mientras una corrientes contemporáneas se proponen desterrar el arte del ilusionismo, las metáforas y alegorías, este artista se plantea todo lo contrario, acentuando todo lo que la figuración tienen de forma, incluida la híbrida y adúltera, y sin que con ello el acto artístico pierda la oportunidad de ofrecer un modo de percepción autónomo e innovador.

 

El trabajar asimismo con símbolos e iconos del arte universal acaban constituyendo fragmentos visuales de distintos episodios que suceden de forma diacrónica pero paralela, muchos de ellos formando parte de su tintero biográfico, en ocasiones con una relación directa  y en otras de modo subliminal. Quizás es su elaboración plástica de lo que añora como ausente pero a lo que ha de conferirle una presencia por más que sea un artificio de lo invisible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aunque las vertientes por las que mueve el arte cubano en estos principios de siglo siguen siendo, más acentuados, los del videoarte, el objeto, la instalación, la fotografía, la impresión digital, el performance y el environment, no se puede olvidar los géneros y las categorías permanentes  como la pintura, la escultura, el grabado, etc., y esto el artista lo tiene muy claro al determinar cuales son sus recursos y procedimientos de expresión y de labor propios a su fuente sustantiva de crear. Lo cual no quiere decir que dentro de ese territorio no ahonde, renueve, modifique y tome otros rumbos. El continuo hacer es un continuo ir más allá, su exigente mirada le hace ver más aspectos y su imaginario más  descubrimientos insólitos. 

 

Como él mismo declara, el arte lo bebe en sus orígenes y son sus estrategias de adopción y apropiación de una cosmovisión global, sumadas a través de pequeños microcosmos, las que lo definen como un hombre contemporáneo que interroga al pasado para concebir el futuro.

 

Si nos atenemos a sus sensaciones, según va avanzando en su trabajo, éstas le implicaron en una mayor coloración, más amplia, más renovada y más reflejada dentro de las necesidades de las mismas. Como apuntaba Matisse, trataba sencillamente de poner los colores que expresaban su sensación, y su elección se basa en el sentimiento y en la experiencia de su sensibilidad, bajo la cual la libertad de dibujo es libertad de color.

 

Las series tuvieron y tendrán un papel nuclear en el conjunto de su obra, fueron y son el reflejo de una narración abierta, en la que ese dibujo exquisito culmina un entramado denso de afuera hacia dentro, dejando áreas de espacio en blanco como si fuesen el útero níveo, esa luz de la que surgirán las distintas catarsis,  tal y como si estuviesen desdobladas en multitud de ángulos que vienen a colocarse en un primer plano. Pero también ver lo blanco es un gran silencio, un muro frío e infranqueable e indestructible. Pero además su estructuración puede ser horizontal, vertical, incluso oval, según se vaya ajustando al desarrollo del hilo argumental plástico.

 

“Islas al sur”, de 2007, elaborada como técnica mixta y dibujo, es, como en todo su quehacer, el logro de unificar, de compendiar y poetizar una galaxia humana, con unos elementos siempre asimétricos  en el interior de ese espacio que parece todo un cosmos flotante, en la que la gradación de tamaños de sus entes hace más profunda la captación de esas encrucijadas polisémicas que se imbrican unas en otras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En esta serie el color es casi siempre monocromo o de textura suave, casi translúcida, en aras de una sensación que induzca a no perder atisbos de cada plano y de la significación del mismo en el conjunto. Pero en otras piezas de la serie, sin embargo, hay un encontronazo con otras realidades más ásperas, la ritualidad mesurada da paso a una inconcreción, a un caos  en forma de collage, que acucia al color a una acentuación de su lenguaje, a una llamada de socorro y atención sobre unas islas metafóricas sometidas a una voluntad de devastadores huracanes de toda especie.

 

También existen otras configuraciones en las que la fluidez cromática toma una dimensión más calculadora, una tonalidades, frías o calientes, no exentas de un discurrir espiritualizado a lo largo de esa figuración que no deja de reproducirse, es tal su avidez por sentirse parte de un hábitat que hasta ahora era invisible y por eso no podía constituirse dentro de él. Tal como el grupo Blaue Reiter (El jinete azul) preconizaba, hacía sensible la aspiración interior en cada forma y en su resonancia íntima.

 

En algunos casos la pigmentación ya es por sí misma una atmósfera que regenera toda una naturaleza, que nos hace ansiar situarnos dentro de ella dada la fascinación que ejerce. La fuerza del color que se extiende libremente  o en planos distintos  genera una enorme dinámica interna. La inmensidad de tonalidades entremezcladas y las múltiples configuraciones de formas cromáticas alargan la panorámica de puntos de vista, de observación y de penetración en el espacio que se brinda a la conjuración de una realidad viva y visual.

 

Algo de Klee hay en él, así, de este modo, se me ocurre establecer esta conexión, aunque sus presupuestos idiomáticos procedan de esferas tan lejanas, mas no tanto como para no compartir su gracia angélica y una tierna poesía del desencanto. Asimismo, una característica de estos trabajos es la búsqueda de un punto central mediante una rúbrica más recalcada de ese fragmento, dejando los bordes en una apariencia no por difuminada menos elaborada. Se trata, y creo que esa es la intención del autor, de volcar el relato, como ya indicábamos anteriormente, desde fuera hacia dentro, desde un contexto exterior que condiciona, a un sentimiento íntimo de vivir sujeto a un pasado que a pesar de la adversidad en que se ve inmerso, no desfallece y sigue en la lucha.   “Islas del sur” fue expuesta en Miami en 2006 con un gran éxito de crítica, tal y como se ha reflejado en los medios especializados  Art Nexus, Nuevo Herald y Art Circus. 

 

En su serie “Naturaleza sumergida”, de 2008, los rasgos se mantienen, los procedimientos y ejecuciones continúan ofreciendo el flujo exacto, comprimido, pero su mitología no se sumerge sino para salir a la luz debajo de la superficie. La topografía isleña es el pretexto para dotarla de una vida animal, vegetal, marina y humana. Sin embargo, la quimera se conserva en pie, abarca espacios y límites, desflora imaginarios de los que el pensamiento caribeño es dueño y señor, y que tienen marca de identidad para sus producciones, lo que en el caso de Felipe no constituiría una razón para ser una excepción. Él sabe cómo hacer indeleble tal expansión registradora de exorcismos, pues tiene capacidad al mismo tiempo para nutrirse de ellos y para que le secunden en la incitación a un desenvolvimiento más fecundo.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

Joan Lluís Montané, el crítico, a propósito de este serie, señala que no sólo la naturaleza como tal, sino que somos nosotros mismos, nuestras circunstancias y nuestros ancestros y vidas pasadas. Todo forma parte de un todo, de un conjunto de ecosistemas que se evidencia claramente a partir de que el dejar fluir es el acontecer, y el mero de acontecer es el instante supremo, la vivencia preclara por sí misma.

 

Y si nos adentramos en más aspectos de su labor, tan minuciosa, casi rozando, en la consideración de algunos, el pecado mortal del virtuosismo, observaremos que las fisonomías de sus distintos personajes, esos habitantes de la soledad con los que habla en el mismo acto de modelar su aparición, están acabados y perfilados con una huella física y plástica intransferible, cada uno tiene la suya y su color no se comparte. Realización ímproba y fascinante.

 

Cuando aborda la serie “Claroscuro de mi barrio” en 2010, ya son otras variaciones –sin merma estilística alguna- sobre las que pivotan los pilares técnicos y pictóricos y con las que plantea su realización.  Llega el collage y una oscura indefinición de las imágenes, que luchan contra la abstracción de no verse, de no reconocerse, de no ser carne. No se han parado a pensar que el autor las ha introducido en el ámbito de una identidad que se ha hecho de claroscuros. Amplía, en consecuencia, el abanico de propuestas, intercalando fragmentos fotográficos de su barrio, de los edificios y calles de La Habana, incluso de su última y actual mujer. Su dibujo tiende a un grafismo más suelto, agudo, muy privativo, lo que se conforma como una constante de su obra, en la que las manchas de color ambientales rebasan sus perfiles sin menoscabar el resultado de conjunto, al contrario enriqueciéndolo de una forma tan sutil como apasionada.

 

Pero esta temática, que ha sido una de sus obsesiones, le fuerza a un simbolismo entre las tonalidades suaves de aquello que debía permanecer a unos momentos de infancia feliz, adolescencia jubilosa, crecimiento arraigado y rectilíneo, con un negro de presentimientos mortales, de puertas cerradas, de confusión que irrumpe entre esas esperanzas que llevan camino de no fraguar. Por eso los contornos, en algunas de esas piezas, pierden su lugar y surge el marasmo. Instantes en que el artista ofrece la creatividad como un escape del que no ve ningún retorno, que ya esas delineaciones se empequeñecen, aparecen enjauladas, tristes y rotas, aunque bien es verdad que sobreviven.       

 

Por consiguiente, él pertenece a eso que se ha dicho respecto a que pintar es una suerte de paliativo, simulacro voraz donde el artista articula sus amores estéticos en un homenaje absoluto por el arte mismo. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estas series tan representativas no fueron las únicas, ahí están “Apropiaciones” (2003), “Paisaje rural” (2009), “Paisaje de la ciudad” (2009) y “Generación perdida” (2011). En la titulada “Nostalgia Madrid”, Montané resalta la dinámica de la esencia energética, combinando en su pintura, realizada en técnica mixta, collages a base de fotografías, recortes, dibujo y color, de un Madrid que va más allá de Madrid, que es un paseo por su propio interior de artista, disfrutando de lleno de las avenidas, recovecos, edificios, laberintos, zonas oscuras y otras iluminadas. Descubriéndonos un interior melancólico y triste, en ocasiones soñador, en otras fuerte y valiente, siempre cambiante, en atención constante, porque se nutre del momento, siendo consciente del paso del tiempo. El subconsciente de Felipe viaja a través de los caminos, se encuentra, asimismo, ante el gran espejo, no lo cruza, sigue investigando, vorágine de vivencias, contrastes, evidencias, situaciones que han pasado, tristeza de la memoria, lejanía de la dolencia, de la dolencia que siempre le acompaña, que a cada momento se encuentra a su lado, en mitad del asfalto de Madrid.

 

 Y seguramente que vendrán otras, tratándose de un artista joven todavía y con muchas e insaciables ganas de seguir. Felipe está constantemente en camino hacia la excelencia pero sin obsesionarse por elevarse por encima de sus contemporáneos, tiene de sobra con el itinerario que se va marcando. Con lo cual desmiente a Alain Bowness, Director de la Henry Moore Foundation, cuando hace hincapié en el ambiente competitivo respecto a opciones estilísticas anteriores, lo que supone recaer frecuentemente en lo efímero y en la banalidad de los modos y las modas. No es el caso de este artista que no ha llegado al punto de la consagración pero sí al reconocimiento que implica un proceso de evolución. Él persiste en la búsqueda de una realidad en la obra de arte para hallar realmente lo que en ella se esconde (Heidegger).

 

(continuará)

 

                                                                                                                                                                                            Gregorio Vigil-Escalera

 

 

Imágenes:

 

Felipe Alarcón. ‘Nacimiento, vida y muerte, más allá’, 2013

Felipe Alarcón. Serie ‘Crónicas en blanco y negro III’, 2013

Felipe Alarcón. ‘Viaje al Trópico’, 2014

Felipe Alarcón. Serie ‘Esculturas humanas VII’, 2019

Felipe Alarcón. Serie ‘Esculturas humanas II’, 2009

Felipe Alarcón. Serie ‘Naturaleza sumergida V’, 2008

Felipe Alarcón. Serie ‘Naturaleza sumergida XI’, 2009

Felipe Alarcón. ‘La Virgen del Camino’, 2008

 

 

Texto e imágenes cortesía de Felipe Alarcón y Gregorio Vigil-Escalera.

 

 

Leer 'La universalidad del rapsoda en Felipe Alarcón Echenique' (I). Introducción al artista

Leer 'La universalidad del rapsoda en Felipe Alarcón Echenique' (III). Caribeño de la isla, cubano de la diáspora

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